NAZARENOS
COFRADÍA
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¿Qué es un Nazareno?
Los nazarenos son los hermanos de una cofradía que hacen la estación de penitencia en la Semana Santa española con la indumentaria que figura en las reglas de la hermandad. Aunque lo más habitual es emplear el término nazarenos, en Galicia conocidos como capuchones, en León son conocidos como papones, en Cádiz como penitentes, en Monóvar como capuchos, en Pamplona como mozorros, en Tudela como carrapuchetas y en Zamora como encapuchados.
Origen del nombre
El nombre de «nazareno» les es dado porque es el gentilicio del pueblo de Galilea donde Jesús pasó la mayor parte de su vida. Aunque Jesús nació en Belén, Judea, y pasó un breve tiempo de su infancia en Egipto, muy pronto se instaló con su padre José y su madre María en la pequeña localidad de Nazaret. Según la tradición cristiana, vivió en Nazaret trabajando en la carpintería de su padrastro hasta que empezó como predicador itinerante a la edad de treinta años.
También hay que diferenciar al nazareno (con minúsculas) del Nazareno (con mayúsculas). El primero es el cofrade y el segundo es el apodo que se pone a las figuras de Jesús que se encuentran con la cruz al hombro. El apodo Cristo suele reservarse a las figuras que muestran a Jesús crucificado o muerto.
Vestimenta y otros atributos
Ya desde el siglo XVI había cortejos de cofrades que posicionan acompañando a los pasos. Estos portaban insignias similares a las actuales: estandartes, guiones y banderolas.
En la cintura pueden llevar un cíngulo o una faja de esparto.
Al principio llevaban cirios de cera o antorchas para iluminar el camino. Tras la iluminación urbana en a partir del siglo XIX esto se ha mantenido por costumbre en algunas cofradías.
Nuestro Arzobispo nos presenta los pilares de las Hermandades:
Según el diccionario español define a este término como: Natural de Nazaret, penitente típico de las procesiones, Miembros de una cofradía que componen el cortejo procesional portando cirios o insignias, vestidos con túnicas y cubiertos por el capirote y antifaz.
Pero para aquel que ha decidido voluntariamente ser nazareno y conformar la Cofradía-Hermandad del Santísimo Cristo de la Humildad de Toledo, es una cuestión espiritual y personal, es el deseo que nace en el interior de las personas que quieren transformar su vida tomando como ejemplo las enseñanzas dejadas por el maestro y señor Jesucristo.
Ser nazareno es imitar a Cristo, en todo sentido, en la intimidad, en casa, en el lugar de estudio, en el trabajo, en la calle, con los amigos y familiares, en todo momento, tiempo y lugar. Pero para poder imitar a Jesucristo debemos primero conocerlo, apoyándonos en la sagrada escritura, en las predicaciones de las eucaristías, en conversaciones cristianas con miembros de nuestra iglesia católica, en la oración personal, en mi prójimo, en la naturaleza, en estos elementos y otros más de nuestra vida encontramos y conocemos a Jesús.
En la historia, los primeros penitentes descritos en la Biblia y otros libros se caracterizaban por usar sobre sus cuerpos pieles de animales y ropas en estado de descomposición, como señal de su sentimiento de arrepentimiento, de mortificación y de sacrificio para su humanidad. Actualmente el hermano nazareno es una persona que acepta los sacrificios y asume con responsabilidad sus compromisos cristianos, personales y familiares, por encima de su orgullo personal está la humildad que caracterizo a Jesús de Nazaret, esta humildad le permite amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como así mismo, asumir con amor los sacrificios cotidianos de la vida, en pocas palabras, el hermano nazareno para seguir fielmente a Cristo debe negarse a sí mismo y cargar la cruz de cada día.
Cualquier cofrade sabe que no es lo mismo vestir de nazareno que serlo. El nazareno nace siéndolo –incluso sin ser consciente– y, con el paso del tiempo, se descubre a sí mismo y se construye. Un nazareno lo es toda su vida, aun cuando no viste la túnica, sea por su voluntad o no. Muchos empezamos a ser nazarenos por nuestros padres o nuestros abuelos; algunos por sus amigos o por propia convicción. Cada uno por sus motivos y con su preparación.
En resumen, ser nazareno es aceptar incondicionalmente a Jesucristo, permitirle vivir en nuestro corazón, en nuestra mente y palabras, amarle, obedecerle, seguirle cada día con mayor fortaleza, hablarle diariamente por medio de la oración, alimentarse de él participando en la comunión en las misas y reconocerle en nuestro hermano cercano.
El segundo pilar sobre el que se asienta la vida de una hermandad es el culto; un aspecto importante y vital que merece ahora que le dediquemos unas palabras. En efecto, la mayoría de las hermandades actuales han surgido a raíz de la devoción a las sagradas imágenes de Jesucristo, de la Santísima Virgen María o de los santos; por eso, las podemos agrupar entre hermandades y cofradías de penitencia, marianas o de gloria.
La devoción a una imagen es la motivación principal por la que los feligreses de una parroquia, o de un grupo eclesial, deciden asociarse. Pero esta iniciativa, impulsada por el Espíritu Santo en la fe del Pueblo de Dios, tiene su punto inicial en los sacramentos de la Iglesia, donde brota el manantial de la gracia, especialmente de la Eucaristía, fuente de agua viva donde Cristo, vivo y resucitado, está realmente presente. Por eso, a la Eucaristía, en la celebración de la Santa Misa, debe dirigirse toda acción cultual de las hermandades, cuyas sagradas imágenes son “iconos” de la realidad sacramental que previamente hemos celebrado y vivido.
El capítulo II del Directorio sobre la piedad popular y la liturgia está dedicado a la liturgia. Este importante documento de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos hace un análisis acertadísimo de la piedad popular en la actualidad y propone interesantes y ajustadas vías de trabajo en este sector de la pastoral. En cuanto a la liturgia afirma: “Con frecuencia las cofradías, además del calendario litúrgico, disponen de una especie de calendario propio, en el cual están indicadas las fiestas particulares, los oficios, las novenas, los septenarios, los triduos que se deben celebrar, los días penitenciales que se deben guardar y los días en los que se realizan las procesiones o las peregrinaciones, o en los que se deben hacer determinadas obras de misericordia. A veces tienen devocionarios propios y signos distintivos particulares, como escapularios, medallas, hábitos, cinturones e incluso lugares para el culto propio y cementerios”15; ahora bien, “la Liturgia, por naturaleza, es superior, con mucho, a los ejercicios de piedad, por lo cual en la praxis pastoral hay que dar a la Liturgia `el lugar preeminente que le corresponde respecto a los ejercicios de piedad´; liturgia y ejercicios de piedad deben coexistir respetando la jerarquía de valores y a la naturaleza específica de ambas expresiones cultuales”. Por lo tanto, tenemos que saber cuál es exactamente el lugar que le corresponde a las hermandades y cofradías en el culto público que realizan en la Iglesia, dónde está la fuente de sus obligaciones devocionales, y qué es lo primero a lo que debe tender el culto en la vida cofrade.
Es necesario convencernos que sólo desde la vida de los sacramentos llegaremos a vivir un culto como la Iglesia quiere. Tenemos que recuperar la participación en la Santa Misa dominical; las hermandades y cofradías tienen que tener a la Santa Misa como el principal de los actos que realizan en su vida cofrade. Se trata de un principio básico, elementalísimo, primordial, irrenunciable. A partir de esta experiencia, de este encuentro personal con Jesucristo en la Eucaristía, podremos crecer y madurar en la fe; podrá nuestra hermandad vivir mejor la comunión eclesial y ser mejor espacio de encuentro y vivencia cristiana; de lo contrario, siempre seremos inmaduros en relación con la fe y con nuestra pertenencia a la Iglesia, vulnerables y frágiles, llevados al socaire de los aires que corran, manipulados por la opinión pública que se fija en lo anecdótico y no en lo verdadero y esencial, seducidos por otros predicadores del mundo que no tienen nada que ver con lo que realmente somos y queremos ser. La participación en la Santa Misa nos hace conscientes de que pertenecemos a una gran familia que es “convocada” por el Espíritu Santo cada domingo para alabar a Dios y ofrecerle nuestros dones; es el signo más visible y elocuente de nuestra comunión eclesial concretada en la vida de hermandad.
Queridos amigos, insisto una vez más: tenemos que recuperar con toda urgencia el sentido de la Santa Misa entre los hermanos cofrades como lo primordial y principal de toda actividad cofrade. No nos engañemos: no somos realmente cristianos –ni buenos cofrades- si no participamos de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor actualizada cada día en el Santo Sacrificio del Altar. Nadie se puede creer esa expresión que se suele oír: “yo puedo ser buen cofrade sin tener que ir a Misa”; porque nadie puede decir que vive sin respirar, sin comer y sin beber. Aún más, debemos recuperar el domingo como el Día del Señor, el día dedicado al descanso, a la vida familiar y a la alabanza de nuestro Señor y, también, día dedicado a vivir en la cofradía disfrutando de todo aquello que nos ofrece.
Sabemos que las hermandades de penitencia tienen su momento culminante alrededor de las celebraciones de la Semana Santa. Esto quiere decir que para estas hermandades debería ser obligatorio e irrenunciable asistir y participar en los Santos Oficios de la Semana Santa, en la celebración del Triduo Pascual. Es allí donde se vive realmente el misterio redentor de Jesucristo que padece, muere y resucita glorioso por nosotros. Si cuando procesionamos por las calles con nuestros crucificados y dolorosas queremos expresar los sentimientos más profundos que llevamos en el corazón, ¿qué vamos a mostrar o a anunciar si no participamos en la realidad litúrgica y sacramental de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor? ¿Cómo vamos a anunciar que realmente estamos redimidos por la sangre de Cristo y que su resurrección nos llena de esperanza (la única esperanza para el mundo)? ¿qué catequesis pública vamos a dar con nuestras procesiones si no participamos de la liturgia del Triduo Pascual porque preferimos dedicarnos a adornar los pasos y a acicalar nuestros ajuares y enseres, en vez de vivir la realidad redentora que realmente toca y convierte el corazón? Seamos sinceros: siguiendo así no somos atractivos y, lo que es peor, no evangelizaremos a nadie.
El Directorio señala en varias ocasiones el alejamiento de la piedad popular de la liturgia, algo que no pocas veces se puede comprobar cuando vemos cómo son las hermandades. Por eso, es necesario revisar, purificar y renovar los ejercicios de culto que anualmente programan. “La Sede Apostólica no ha dejado de indicar los criterios teológicos, pastorales, históricos y literarios, conforme a los cuales se deben reformar -cuando sea preciso- los ejercicios de piedad; ha señalado cómo se debe acentuar en ellos el espíritu bíblico y la inspiración litúrgica, y también debe encontrar su expresión el aspecto ecuménico; cómo se debe mostrar el núcleo esencial, descubierto a través del estudio histórico y hacer que reflejen aspectos de la espiritualidad de nuestros días; cómo deben tener en cuenta las conclusiones ya adquiridas por una sana antropología; cómo deben respetar la cultura y el estilo de expresión del pueblo al que se dirigen, sin perder los elementos tradicionales arraigados en las costumbres populares”; en efecto, sin menospreciar ni olvidar la historia y el patrimonio de nuestras hermandades, sus inmemoriales tradiciones y sus aportaciones a la cultura, debemos revisar y reconducir los ejercicios de culto hacia la dirección correcta: hacia Jesucristo vivo y resucitado, cuyo amor y misericordia se derrama en los sacramentos.
Pero no sólo debemos recuperar y vivir mejor la Santa Misa, sino también los otros sacramentos. Es necesario que los cofrades descubran la riqueza de gracia que se ofrece en los sacramentos, desde el inicio de nuestra vida hasta sus últimos momentos, cuando ya nos estamos preparando para abrazar definitivamente al Señor y a la Virgen María. Las cofradías, junto con la pastoral parroquial, deberían ser un ámbito fácil y propicio para la preparación de los sacramentos de la Iniciación Cristiana, para la celebración de la Penitencia, para la preparación de los novios al sacramento del matrimonio; y, cómo no, donde el ofrecimiento de los sufrimientos y fragilidades de los hermanos cofrades se une sacramentalmente con la pasión del Señor mediante el sacramento de la Unción.
Y después de toda esta vida sacramental, vienen todos los demás ejercicios de piedad que son manifestación y testimonio de lo que está ocurriendo en el corazón de la hermandad: el Santo Rosario, el Vía Crucis, la peregrinación a los santuarios, la devoción a los santos de la Iglesia, etc. Todos estos ejercicios de piedad son el eco y la prolongación de lo que hemos vivido en el encuentro con Jesucristo a través de los sacramentos.
Queridos hermanos cofrades: quisiera terminar esta carta (Carta Pastoral del Sr. Arzobispo de Toledo) invitándoos a rezar conmigo esta preciosa oración tomada de un librito dedicado precisamente a la piedad popular39. Es muy bella y recoge muy bien el sentido de todo lo que os he querido transmitir con mis palabras. También os incluyo una meditación del Via Crucis y otra del Via Lucis que os pueden ayudar. Rezad conmigo:
Espíritu Santo, danos el regalo de la paciencia cofrade,
en nuestro interior y en la familia y el matrimonio,
en el trabajo diario y en nuestra cofradía,
para que las prisas y las angustias no sean nunca
la razón última de nuestras decisiones y aspiraciones.
Que tu paciencia con nosotros se refleje
en nuestra paciencia con los demás.
Espíritu Santo, empápanos con tu bondad cofrade:
que nuestros deseos y acciones no sean nunca
fruto de la soberbia y el rencor, ni siquiera en pequeño grado,
pues tu bondad nos ha sido regalada
para que la ejercitemos en la vida diaria,
en la vida parroquial, en la vida cofrade…
Líbranos de toda clase de maldad.
Espíritu Santo, llénanos de esperanza cofrade,
firme y sincera, para que nuestra familia natural,
ayudada por la familia sobrenatural de la Iglesia
y por la cofradía en la que experimentamos tu presencia,
se vea sostenida por la amistad contigo y con los demás.
Haz de nuestra hermandad,
un signo de esperanza en nuestras vidas.
Espíritu Santo, ayúdanos a tener buena fe y buen sentido cofrade,
para saber dar a cada cosa la importancia que tiene
y no perdernos en lo secundario,
de manera que el amor y la entrega en la familia y el matrimonio
estén siempre en primer lugar
y nuestro ser cofrades no se anteponga nunca
a nuestro ser esposos, esposas, padres o madres.
Espíritu Santo, imploramos de ti la verdadera tolerancia
de hermanos y cofrades, para no imponer nuestros criterios
para no buscar aplausos narcisistas ni protagonismos estériles,
para servir antes que ser servidos
y acoger con gozo las iniciativas y logros de los demás,
en constante diálogo entre todos los hermanos.
Espíritu Santo, concédenos el don de la santa prudencia cofrade,
para retener siempre nuestra lengua ante la crítica amarga,
la ironía hiriente y la maledicencia calumniosa,
de manera que nuestra hermandad
florezca en amistad, ayuda mutua y respeto educado y cortés,
según la belleza clásica de la llaneza y el buen trato.
Espíritu Santo, regálanos la humildad cofrade,
como cimiento, base y fundamento de nuestra hermandad,
para que libres del pecado y llenos de tu gracia,
construyamos la verdadera fraternidad que tú deseas
para todos los ámbitos de nuestra vida,
y para que nuestra cofradía sea un signo creíble
de tu preferencia por los humildes y los pobres.
Espíritu Santo, enriquécenos con el don del buen humor cofrade,
para que la amabilidad sea de veras la mitad de nuestro estatuto
y podamos vivir el gozo inmenso de ser hermanos,
primando lo absoluto, que es bien poco,
y relativizando lo secundario,
para superar los conflictos que nos paralizan
y las divisiones que se solucionan sonriendo.