SEDE CANÓNICA

SAN JUAN DE LOS REYES

Monasterio de San Juan de los Reyes

La Iglesia de San Juan de los Reyes es parroquia de la Archidiócesis de Toledo desde el año 1977. Antes, el 1 de septiembre de 1975, el Arzobispo de dicha ciudad encomienda a la Provincia Franciscana de Castilla la parroquia de “Ntra. Sra. de la Cabeza”, situada extramuros de la ciudad y en la zona llamada de “Los Cigarrales”. Año y medio después, el 1 de febrero de 1977, el Cardenal D. Marcelo González erigió la parroquia de “San Juan de los Reyes y Sta. María de la Cabeza”.
La situación de la parroquia es muy singular, pues además de las pocas calles, no muy habitadas, que están alrededor del monumento de San Juan de los Reyes, el resto de la población se encuentra en la margen izquierda del río Tajo, con algunas agrupaciones de viviendas y muchas de ellas dispersas por los cerros llamados “Los Cigarrales”. Por eso, el número de habitantes es bastante bajo respecto a la media de las parroquias urbanas españolas: unos 1.983 habitantes (datos del año 2.003).

Pero el reducido número de habitantes no es motivo en este caso para que se priven dichos feligreses de las celebraciones, actividades y acontecimientos que podrán desarrollarse en una parroquia más numerosa. Al contrario: sus históricos muros abrazan a una comunidad parroquial viva y despierta, peregrina en la diócesis toledana y franciscana como la Fraternidad que la anima.

Capilla Mayor

En cuanto al retablo del presbiterio, el original desapareció víctima de la guerra napoleónica. El actual proviene, desde el siglo pasado, del Hospital de Santa Cruz de Toledo, fundado por don Pedro González de Mendoza, Cardenal de la Santa Cruz de Jerusalén. Su autor es Francisco de Coomontes, entallador y pintor, según consta en el contrato: “el dicho retablo a de hazer, ansí la talla como la obra de pinzel”.

Las pinturas son alusivas a la historia de la invención de la Cruz por Santa Elena; a los pasos de la pasión, Caida y Descendimiento, el autor añade la del longevo padre de Judas Iscariote, encontrando para Santa Elena las tres cruces del Gólgota; asímismo, a la derecha, la de la milagrosa resurrección de un muerto al contacto de la verdadera cruz de Cristo, milagro que permitió identificarla de entre las de los otros crucificados ladrones. En las calles laterales van pinturas que representan la flagelación, el “Ecce Homo”, la Resurrección y la Bajada al Limbo. En su parte inferior, santos Doctores al centro, y Profetas del Antiguo Testamento en sus ángulos, ataviados a la usanza del tiempo. En la calle central, de arriba a abajo, un Calvario con María y Juan evangelista; una talla de San Juan, obra actual de Félix Granda, que sustituye a un conjunto con Santa Elena y la Cruz, acompañada por San Pedro y el Cardenal, orante; un relieve con la Virgen y el Niño; en lugar del original sagrario, desaparecido, un precioso retablito plateresco con la imagen de San Francisco de Asis, de la escuela de José de Mora. En las entrecalles, un apostolado pintado al óleo, con profusión de cruces de Jerusalén, armas del Cardenal, signos de la Pasión y medallones decorativos.

Capillas Laterales

Correspondiendo a los cuatro cuerpos de la nave, ocho capillas (cuatro a cada lado) se abren al centro de la iglesia, de las que sólo cuatro (dos a cada lado) son de interés para el visitante.

A mano derecha, según se mira de frente, se encuentra la capilla de San Ildefonso, a la que corresponde un lienzo del siglo XVIII sobre el santo toledano, catalogado como trabajo de Ricci. Hoy también llamada “capilla de San Francisco”, por contener una talla de dicho santo, fundador de la Orden.

Más abajo se ubica la capilla de la Inmaculada, con bella talla de la Concepción, siglo XVII, de la escuela castellana, proveniente del franciscano convento de Arévalo (Ávila) y donada al monasterio por la comunidad franciscana de Pastrana (Guadalajara) en 1968. Los cuadros representan a Juan Duns Escoto, que ora delante de una imagen mariana, y a Alejandro de Hales, profesor de la Sorbona de París, maestros de la escuela franciscana, defensores del dogma inmaculista. Sus autores son desconocidos, y provienen también de Pastrana, si bien pertenecían a Santa María de Jesœs, de Alcalá de Henares.

A la izquierda, junto al Coro, la llamada capilla del Cristo de la Buena Muerte, con una talla en color natural de la madera, del artista toledano Guerrero Corrales. El cuadro del Descendimiento es de Morales. Esta capilla está destinada también a la celebración del Sacramento de la Reconciliación (en ella se encuentran dos confesonarios), y junto a ella, a su derecha, se halla la capilla del Santísimo, donde se guarda habitualmente la Reserva del Santísimo y en donde se celebra la Eucaristía con bastante frecuencia.

Finalmente, junto al crucero, la capilla de Don Pedro de Ayala, que como quiere la inscripción latina, fue obispo de Canarias, decano y consejero real de la iglesia toledana. El sarcófago, deteriorado, se encuentra hoy en el museo toledano de Santa Cruz. Encontramos también en esta capilla la imagen de San Antonio de Padua, santo de gran tradición franciscana y conocida devoción popular.

Claustro

Para visitar los claustros, partiendo del Crucero, se atraviesa una bellísima portada, típica del arte flamenco, observándose un bajo-relieve a la altura del arco, donde ángeles arrodillados, con túnicas de abundantes pliegues, presentan el emblema de las Cinco Llagas, patrimonio de la Orden de San Francisco, al que rodean con el cordón franciscano. En la parte correspondiente al Claustro, la misma portada, más embellecida si cabe, ostenta otro bajo-relieve, con la Verónica, que, tocada a la usanza del tiempo, muestra un lienzo con la Santa Faz, entre dos ángeles, también arrodillados, policromadas las formas.

El Claustro bajo está pensado como continuación del templo, por lo que no es de extrañar que coincidan bóvedas, ventanales y profusión de esculturas con los conocidos ambones y guardapolvos afiligranados, tan característicos del arte ojival. La composición rítmica y repetitiva de los motivos compite con una desconcertante riqueza decorativa de la naturaleza, a la que evoca con gran sentido realista. Tiene 30 metros de largo por lienzo, 4,20 de ancho y 8 de altura. La bella disposición de sus veinte ventanales (cinco por lienzo), con arquería arborescente y calada que imita celosías (Gaya Nuóo), más la ornamentación no repetida de sus archivoltas, consigue un efecto tal de luces y sombras, propio del gótico, que impresiona al visitante.

La escalera que conduce al Claustro alto es típicamente española, de cuatro tramos en caja cuadrada. Fernando Marías la adjudica a Egas, dada la semejanza que tiene con la escalera del Hospital del Cardenal Mendoza en Toledo y otras en la geografía española. En cuanto a la ornamentación, todos los autores la atribuyen a Alonso de Covarrubias, a quien estaban encomendadas entonces las obras del Alcázar. Su estilo es plateresco, con una cúpula rebajada, dividida en fajas y casetones que ostentan florones tallados en piedra, cuyos recuadros van disminuyendo conforme se acercan en la perspectiva al rosetón que sirve de clave.

Se conservan las águilas bicéfalas que datan el tiempo de la construcción, a saber: el del emperador Carlos V, nieto de los Reyes Católicos. El plateresco introduce cariátides en lugar de figuras angélicas y gusta de las pechinas en forma de conchas.

El Claustro alto mide 4,60 metros de altura, siendo más bajo que el claustro inferior; asimismo, muestra mayor austeridad por sus muros lisos y blanqueados y, como decimos, es de factura posterior a todo el resto de la obra del monasterio. No obstante, muestra la distinción por el soberbio artesonado mudéjar, en pintada madera de alerce, con los signos repetitivos de los Reyes Católicos. Gruesas arcadas rebajadas flanquean sus lienzos, con leones rugientes que muestran escudos de los reinos de España, incluidos el de Granada y el de Navarra, más los motes reales del “tanto monta, monta tanto”.

Coro y Sacristías

El coro se alza sobre un soberbio arco rebajado, con bóveda de crucería y apliques originales, embellecida la balaustrada con crescería calada, rematada en los ángulos por pequeñas tribunas corales. “A lo largo del arco estaba escrito, con letras doradas en campo azul, el texto siguiente: “MARÍA SANTÍSIMA CONCEBIDA SIN PECADO ORIGINAL EN EL PRIMER INSTANTE DE SU SER” desaparecido en la restauración del siglo pasado” (Ramón Parro) y que da testimonio de la defensa del dogma de la Inmaculada Concepción en 1616 por los moradores del monasterio.

En el centro del arco, entre signos isabelinos, un heraldo real, arrodillado sobre ambón, presenta armas, que la tradición quiere que sea autorretrato de Juan Guas, como se sabe, autor del monumento.

La sacristía, una espaciosa y elevada nave blanqueada, impresiona al visitante por sus tres bóvedas de crucería, de gusto germánico, con claves en forma de florones en la intersección de sus arcos. Hoy no tiene más función que servir de tránsito para la visita del interior.

Reliquia del siglo XVIII ha quedado la hornacina arqueada en que un difunto yaciente, en actitud de erguirse sobre sí mismo, parece poner en sus labios la frase latina que figura en el testero y que traducida al castellano, dice así: “Espero, en tanto me llega la resurrección” (Job 14, 14). Parece insinuar que dicha sala fue algún tiempo dedicada a servir de enterramiento a los religiosos de la Comunidad.

Nave Principal

Conforme al estilo gótico del tiempo, la planta de la iglesia es de cruz latina, con brazos poco salientes. La nave central mide 55 metros de longitud, 12 de anchura, 20 la nave del crucero, más 30 de altitud. Está dividida en cuatro cuerpos con sus correspondientes bóvedas de crucería, abriéndose entre los pilares sendas capillas a uno y otro lado, poco entrantes, en un intento semidecorativo y funcional.

Los pilares van cubiertos por esculturas de tamaño natural, sostenidas por ménsulas y cubiertas por doseles afiligranados, referentes a santos o personajes bíblicos de no fácil identificación. Los nervios o palmas góticas de las bóvedas no se cruzan en diagonal sino transversalmente, lo que acusa influencia alemana. Apliques y florones rematan las junturas de los nervios, con un escudo central y numerosos signos de yugos y haces de flechas e iniciales coronadas de los Reyes, como si de un cielo estrellado se tratase.

Una tracería rematada con adorno vegetal recorre todo el perímetro de la nave, dividiendo los lienzos laterales en dos partes y subrayando, entre cenefas, una inscripción castellana en caracteres góticos, de derecha a izquierda, que dice así:

 

“ESTE MONESTERIO E IGLIA MANDARON HASER LOS MUY ESCLARESCIDOS PRINCIPES E SEÑORES DO HERNANDO E DOÑA YSABEL REY E REYNA DE CASTILLA DE LEON DE ARAGON DE CECILIA LOS CUALES SEÑORES POR BIENAVENTURADO MATRIMONIO SE IUTARO LOS DICHOS REYNOS SEYENDO EL DICHO SEÑOR Y SEÑORA Y SEÑOR NATURAL DE ARAGON Y CECILIA Y SEYENDO LA DICHA SEÑORA REYNA Y SEÑORA NATURAL DE LOS REYNOS DE CASTILLA Y DE LEON EL CUAL FUNDARON A GLIA DE NRO SEÑOR DIOS Y DE LA BIENAVENTURADA MADRE SUYA NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN MARIA Y POR ESPECIAL DEVOCION QUE TUVIERON”.

Fachada

La portada principal o de ingreso al templo, que hoy se ve al poniente, fue abierta con posterioridad y labrada según diseño de Covarrubias, pero se realizó muchos años más tarde (1606-10), cuando se había perdido el gusto por el gótico, la que algún autor llama, humorísticamente, “semigótica y semirenacentista”, o sea, ni una cosa ni otra. Ostenta variedad de esculturas de santos franciscanos que cortejan la imagen elevada de San Juan Evangelista, dentro de un arco conopial. Escudo y cruz coronan el conjunto entre yugos y flechas. Dos soldados, con cota y manto romanos, vigilan la entrada desde la altura de unos contra-fuertes, apunte de renacimiento fuera de lugar.

LAS CADENAS

Motivo de extrañeza para el visitante es la presencia de la “tracería” (horizontal y vertical) de cadenas que en su día serían más numerosas. Son restos y reliquias de cadenas de los cautivos cristianos rescatados de las batallas de Málaga y Almería (1485-86) y que ellos mismos trasladaron hasta Toledo como exvotos de perenne agradecimiento a Dios y a su Reina.

Patio

Los veinte ventanales que abren luces (cinco por cada lienzo) son de arco conopial y las columnas de la balaustrada le dan clara nota renacentista. De cada al patio, los ventanales centrales llevan águilas (sin halos de santidad) que sostienen escudos reales entre yugos y haces de flechas. Una crestería corrida bordea todo el tejado, ocultándolo, y está tejida con arcos minuciosos de medio punto entramados con los de estilo mudéjar, coronados por decoración vegetal en forma de trifolios. Los pináculos o agujas le dan mayor altura, salvando así la simetría con el claustro bajo.

Motivo inquietante para el que lo advierte es el sistema de gárgolas que sirven de aliviadero a las aguas recogidas del tejado y que son extrañas al estilo gótico. Según el profesor Azcárate, sus formas inverosímiles y estrambóticas pertenecen al gusto romántico de la restauración del siglo pasado, cuya presencia se presta a confusión con el estilo hispano-flamenco, con el que no tienen ninguna relación.

Púlpito y Tribunas

El púlpito, hexagonal, es del tiempo, con entrada por el lado del claustro, hoy impracticable. Según Gaspar Gómez de la Serna, es de componente mudéjar del estilo isabelino.

Pero, donde el derroche de ornamentación llega a ser desbordante, como si de una yesería árabe se tratara, es en las tribunas reales, sin duda lo más llamativo de la decoración. Nacen las tribunas a mitad de los pilares, dobles o bifrontes, con paneles a modo de trapecios, donde resaltan repetitivamente potentes y coronadas iniciales de los Reyes, entre emblemas de yugos y flechas. Pequeñísimas estatuas con ménsulas y doseles primorosos decoran el soporte, también bifronte, de extraño diseño poliédrico, hasta terminar en los antepechos de las tribunas propiamente dichas, monumental encaje en piedra de primoroso calado flamígero. La ornamentación vegetal, tan característica de este estilo, ha prestado sus ramas, hojas y flores para enriquecer una de las obras de arte mejor definidas en la historia: estilo isabelino.

Vista Exterior

Se ha llegado a afirmar que San Juan de los Reyes es el primer monumento de Toledo que no adopta la más leve señal del arte árabe o mudéjar, queriendo defender con ello que su estilo pertenece a la gran corriente occidentalista que invadió Castilla a mediados del siglo XV. Si esta opinión ha podido ser defendida para hacer resaltar la innovación que el arte gótico-flamenco supone, no sólo para Toledo sino para toda la cultura española de la época de los Reyes Católicos, no es menos cierto que el cruce del arte gótico-flamenco con la tradición islámica y medieval en España va hacer de San Juan de los Reyes un monumento muy peculiar. En efecto, las formas europeas, debido a su inserción en las formas autóctonas mudéjares- debidamente matizadas – conseguirán hacer de él la obra más representativa de un arte nuevo y original, arte que será llamado hispano-flamenco, conocido también por arte isabelino.

Dos grandes corrientes históricas, la política y la religiosa van a servir de matiz para la fundación de San Juan de los Reyes. Fue Isabel de Castilla quien mando construir este monumento, templo votivo y memorial a la vez de la victoria obtenida el 1 de marzo de 1476 en los campos de Toro (Zamora), al derrotar los ejércitos de Fernando de Aragón a la facción contraria que favorecía a los secuaces de Juana la Beltraneja, presunta hija de Enrique IV,apoyada por las pretensiones al trono castellano de Alfonso V, rey de Portugal. Fue esta victoria la que abrió a Isabel las puertas de su glorioso reinado y en Toledo quiso dejar memoria histórica, a la vez que lugar sagrado donde sepultar sus restos mortales y los de su esposo. Este motivo condicionaría toda la arquitectura de la edificación, si bien circunstancias posteriores desaconsejarían semejante empeño inicial. La devoción de la casa Trastamara al apóstol San Juan evangelista (Juan le llamaban padres y abuelos) halló en Isabel un motivo más para dedicarlo al santo de su devoción personal, como dejaría constancia en el escudo de armas con el águila nimbada del discípulo de Cristo.

Resuelta la guerra de sucesión al trono de Castilla, un nuevo motivo habría de interferirse, esta vez para la dedicación del monasterio a la memoria de San Francisco de Asís y residencia de sus hijos en la inmortal Toledo.

La construcción del monasterio comenzó hacia el 1477, figurando como arquitecto principal Juan Guas (1433-1496). En 1484 es nombrado aparejador de las obras de la catedral toledana, simultaneando su actividad entre Segovia y el propio San Juan de los Reyes. Sigue en importancia Simón de Colonia (1450-1511), llamado a la muerte de Juan Guas “para informar y dar trazas para la terminación de San Juan de los Reyes.” Entre los decoradores y escultores principales destacamos Antón y Enrique, hijos de Egas Cueman. La obra se realizó en varias etapas: iglesia-cimborrio (1486), decoración del crucero (1490), edificación del Claustro bajo (1495) y edificación definitiva del monasterio, concluyendo hacia el 1525-26 (gracias al interés que le prestó Carlos V, tras la muerte de la reina Isabel, su abuela materna).

Por efectos de la guerra de la Independencia (1808) y de la posterior desamortización y exclaustración (1836), tanto el monasterio como la iglesia y claustros se vieron lastimosamente danados en parte ruinosos, por lo que en 1883 se inició la obra de restauración a cargo del arquitecto Arturo Melida. La Academia de Bellas Artes y más tarde, después de la Guerra Civil, la Dirección General de Regiones Devastadas, consiguieron su terminación, siendo su último impulsor Moreno Torres. Se entregó el monumento a la Orden Franciscana en 1954 y la iglesia se abrió al culto en 1967.

Fr. Eduardo Bustamante, OFM